Desde temprana edad, Teruo Hayashi se sumergió en el mundo de las artes marciales. Su primer acercamiento fue con el judo en el renombrado Dojo Kusunogibukan. Sin embargo, la vida le tenía preparado un destino lleno de giros y transformaciones. Con el estallido de la guerra, su camino tomó un rumbo inesperado: el servicio militar en Kyushu. Los campos de batalla se convirtieron en su realidad hasta que el conflicto llegó a su fin. Con la paz restaurada, regresó a su tierra natal, donde una nueva pasión aguardaba: el Karate.
Su maestro fue Kosei Kokuba, un discípulo directo del legendario Kenwa Mabuni, fundador de la escuela Shitō-ryū. Bajo la tutela de Kokuba, Hayashi forjó sus habilidades en el Karate. Sin embargo, su sed de conocimiento lo impulsó a emprender un viaje a Okinawa, la cuna de esta arte marcial, para explorar sus raíces. En esta tierra de tradiciones, dedicó años a estudiar y también a profundizar en el kobudo, el arte de luchar con armas tradicionales. Su compromiso lo llevó a alcanzar el rango de 10º DAN en kobudo, consolidándose como un respetado maestro en este campo.
Okinawa fue un crisol de aprendizaje para Hayashi. Allí, bajo la tutela de Shoshin Nagamine, fundador de Matsubayashi-Shorin-Ryu, y Kenko Nakaima, líder del influyente estilo Ryuei-Ryu, perfeccionó sus conocimientos en Karate y kobudo. Su determinación lo llevó a superar rigurosas pruebas y barreras, y eventualmente se convirtió en uno de los pocos extranjeros en aprender y enseñar el estilo Ryuei-Ryu fuera de Okinawa.
Esta experiencia forjó su legado, dotándolo de un enfoque único y enriquecedor en el Karate. Al regresar a Japón, Hayashi fundó su propia escuela de Karate, amalgamando la esencia del Karate japonés con la tradición okinawense. El estilo que emergió, el Hayashi-Ha Shitō-ryū Kai, se caracterizó por su armonía y su amplio espectro de técnicas. En sus katas, se reflejaba la influencia de diversas corrientes, desde el Ryūei-ryū hasta las raíces más profundas de Okinawa.
El legado de Hayashi trascendió las fronteras. Ocupó posiciones clave en el mundo del Karate, como la presidencia de la Federación Mundial de Karate (WFK), siendo un influyente defensor y promotor del arte. A lo largo de los años, su dedicación fue recompensada con el reconocimiento de su maestría: en 1995, recibió el 9.º Dan, y hasta su fallecimiento en 2004, continuó aportando al Karate como Presidente Jubilado del Consejo de Arbitraje de la WFK. Su legado fue honrado póstumamente con el prestigioso 10.º Dan otorgado por la Asociación Japonesa de Kárate, un testimonio de su inmenso impacto en la disciplina.
Teruo Hayashi, una figura que trasciende el tiempo, dejó una huella imborrable en el Karate. Su historia es una lección de perseverancia, exploración y devoción por el arte marcial que amaba. Su enseñanza perdura a través de las técnicas y la pasión que transmitió a sus alumnos y a la comunidad marcial en general. El Hayashi-Ha Shitō-ryū Kai continúa como un testimonio duradero de su búsqueda incansable de excelencia y armonía en el mundo del Karate.